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DICIEMBRE 2000 - Volumen: 75 - Páginas: 40-44
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Una osa polar se tumba cómodamente bajo el frío sol del Ártico mientras, a sólo unos pasos, su cría juguetea sobre un bloque de hielo. No se puede imaginar un entorno más hostil para un mamífero, a —28 °C y, sin embargo, los osos polares parecen sentirse a gusto a estas temperaturas dignas de una cámara de congelación. Esta resistencia al frío se debe a la refinada constitución de su pelaje, compuesto de gruesos pelos blancos que, como las fibras ópticas, conducen la luz hacia dentro, hasta la piel negra del animal, donde se transforma en calor. Al mismo tiempo, la gruesa capa de pelo funciona según el mismo principio que el aislante térmico de las casas modernas. El pelaje del oso polar es un ejemplo especialmente significativo de cómo la naturaleza resuelve dos problemas con una sola construcción: protege de la radiación solar y, al mismo tiempo, utiliza su energía.
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