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MARZO 2003 - Volumen: 78 - Páginas: 11-13
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Hace ya más de quince años, el psicólogo Reuven Bar-On desarrolló un método para medir las facultades emocionales el 'EQ-i' (Emotional Quotient inventory) pero ha sido más recientemente Daniel Goleman quien ha disparado el interés por la Inteligencia emocional y su medida. Sin embargo, el propio Goleman parece tener reservas sobre la posibilidad de obtener una medida rigurosa de las dimensiones de la inteligencia emocional. Por otra parte, la tradicional medida del CI (cociente intelectual) ha venido funcionando como discriminador engañoso al intentar predecir el éxito profesional: de ello nos alertaba David McClelland hace treinta años. En definitiva, sin renunciar a una aproximada medida del CE (cociente emocional), hemos de ser cuidadosos con el uso de esta información. Recordemos además que la Inteligencia emocional, bastante más desarrollable que la racional o cognitiva y, aunque no nos lo propusiéramos, mejora con el tiempo. Mucho más, desde luego, si nos lo proponemos. No todos los expertos piensan en lo mismo al hablar de inteligencia emocional; por simplificar, podríamos pensar en la capacidad que cada ser humano posee, o puede desarrollar, para generar resultados positivos en la gestión de sí mismo y en sus relaciones con los demás: algo que, sin duda, contribuye al éxito y la felicidad. De este modo, observando comportamientos y resultados, podríamos deducir si una persona es emocionalmente inteligente o torpe. Obviamente, se puede ser 'académicamente' inteligente pero emocionalmente no, y al revés; pero, a pesar de alguna teoría circulante de la compensación, no debemos descartar que se pueda ser sensiblemente inteligente en lo racional y en lo emocional, lo que es claramente deseable. No hace falta insistir en que el éxito académico se ve favorecido por el CI, pero el éxito profesional y social (sobre todo si pensamos en personal directivo) depende en mayor medida del CE. Según Martín J. Yate, entre los profesionales que requieren mayor grado de inteligencia emocional están los directivos, así como los psiquiatras, los docentes, los asistentes sociales, los relaciones públicas... Por el contrario, los informáticos, los técnicos de laboratorio o los contables no precisan tanta inteligencia emocional en su trabajo aunque nunca está de más. La verdad es que a menudo uno llega a los 50 años pensando en lo magnífico que habría sido madurar a los 30 (o incluso antes). Podemos llegar a la conclusión de que a todos conviene mejorar en esta madurez inteligente que llamamos inteligencia emocional y desde luego el mundo empresarial lo demanda visiblemente. Y, en el propósito de mejora, bien está que dispongamos de alguna medida de referencia.
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