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22 mar 2018
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Con el dramático título ¿NOS QUITARÁN REALMENTE LOS ROBOTS NUESTROS PUESTOS DE TRABAJO?, la prestigiosa consultora internacional PricewaterhouseCoopers (PwC) puso a disposición de la sociedad en general, el pasado mes de febrero, un estudio que supone, tal como lo subtitulaba, "un análisis del impacto potencial a largo plazo de la automatización”.
Porcentaje de los puestos de trabajo actuales con riesgo de ser automatizados (según estimación de PwC con datos medios de 29 países de la OCDE)
La inquietud no es nueva, al menos en los medios internacionales, aunque aún apenas esbozada en España, quizá por el menor desarrollo de las tecnologías avanzadas en nuestro país y por la reducida investigación sobre aplicaciones de la inteligencia artificial y la robotización en todo tipo de actividades industriales o de servicios. El gráfico que encabeza el informe no puede ser más elocuente: de aquí a 20 años, un 30% de los trabajos del conjunto de los sectores que aportan empleo podría ser automatizado, es decir sustituidos por una máquina o inteligencia no humana en la función que desempeña. Naturalmente ese porcentaje es muy variable según el sector y, además, según la composición de actividades económicas y el desarrollo tecnológico del país que se considere, aunque no es un consuelo estar entre los retrasados en esa aplicación, por la pérdida de competitividad que les supondría.
Los desencadenantes, ritmo y consecuencias de esta auténtica revolución socio-económica, estarían, según el informe, definidos por tres oleadas de acontecimientos:
Aunque no se cita expresamente, el paso decisivo para el tránsito entre los ya habituales y muy numerosos robots programables presentes en la industria a las aplicaciones que culminarán esos años, se encuentra en el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Es decir, no solo dotar a las máquinas de rutinas constantes, sino de la facultad de aprender otras nuevas derivadas de las ya conocidas y de resolver problemas relacionados con ellas. Además de los ya habituales robots físicos, se consideran como tales instalaciones de inteligencia artificial que pueden mantener conversaciones telefónicas, recibir consultas personales en lugares de atención al público, resolver diagnósticos médicos basados en complejas analíticas, etc.
El impacto de la automatización en los países analizados de la OCDE se ha calculado para cada una de las oleadas descritas y, al finalizar las mismas, se prevé que para países con esas tecnologías parcialmente implantadas y con alto nivel educativo, como Corea, Japón o Singapur, puede suponer una pérdida del 20 al 25% de los puestos de trabajo, ascendiendo hasta el 40% en los menos avanzados. A España se le adjudica un 33% de pérdida.
En lo que respecta a la incidencia sobre las diferentes actividades económicas, ya esbozado en el gráfico, se detalla que la más afectada sería el transporte y almacenaje con más del 50% de reducción de sus empleados, seguida de la manufactura con un 45%; los sectores de seguros y financieros un 30%, los profesionales técnicos un 25%, la salud el 20% y la educación, probablemente como más necesitada del contacto humano, un 10%.
Nuestra industria se encuentra actualmente en una fase de promoción y mentalización sobre la necesidad de incorporarse a este movimiento imparable de automatización, dentro de lo que hemos venido a llamar siguiendo el léxico alemán, industria 4.0 ya ampliamente descrita como la aplicación extensa de una serie de herramientas, en su mayor parte digitales, a los procesos, productos o actuaciones técnicas o comerciales. Es el comienzo de la “primera oleada” que no supone grandes inversiones y tampoco apreciable reducción de los puestos de trabajo, aunque sí exija un cambio destacado en el nivel de formación de las personas implicadas.
Otra cosa será cuando debamos dar los pasos decisivos de incorporación a las definidas como “segunda y tercera oleadas”. En ellas, la tecnología pasa a aplicaciones productivas, las inversiones son importantes y la incidencia en la competitividad, vía calidad-productividad-empleo, de mucha importancia. Dado que nuestra industria se sitúa preferentemente en el campo convencional, sería muy necesario un análisis previo de la misma para marcar pautas de enfoque hacia lo que tanto se aspira: incrementar el contenido industrial en el PIB global. Los transportes, almacenajes e industria convencional son los que más pueden verse afectados por la automatización en los próximos 10 a 15 años.
El análisis de PwC no prevé para España un fuerte impacto para la “primera oleada” (<5%), probablemente considerando la elevada incidencia en su economía de los servicios, sobre todo turísticos y comerciales. Sí lo hace para las siguientes, cuando la exigencia de competitividad precise incorporar los medios comentados. Aquí es donde la industria podría beneficiarse dando respuesta con equipos apropiados y compensar con su crecimiento en la dotación de esos medios para los sectores necesitados de ellos: sería una nueva industria, en la que aún estamos muy poco introducidos, pero de la que, si no somos capaces de incorporarnos, nos situaríamos al margen de los países desarrollados.
Es evidente que toda esta revolución tecnológica anunciada para las dos próximas décadas genere importantes tensiones sociales, y se están proponiendo algunas soluciones, siquiera paliativas para mitigarlos. La Humanidad está actualmente más preparada que cuando en el tránsito de los siglos XVIII y XIX se produjo la primera Revolución Industrial con sus, a veces, trágicas consecuencias. El aumento de las actividades de ocio y cultura, la formación de los colectivos desplazados en otros conocimientos, la introducción de tasas a los robots que sustituyan empleo e, incluso, la implantación de una renta básica universal, son algunas de propuestas discutidas. Se pueden consultar informes sobre el tema expuesto en:
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UN MAL NECESARIO: LA AUTOMATIZACIÓN
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